lunes, 20 de junio de 2011

El Edipo contemporáneo (2003)

Textos:

· Ruiz, Graciela, “Más allá del Edipo”.

· Jacques - Alain Miller, “El síntoma del charlatán”, 1998, Editorial Paidós Ibérica.

· Zack, Oscar, “El Edipo: un impasse”.


Graciela Ruiz (Más allá del Edipo) plantea que en el análisis de Lacan se reconoce la propuesta de Lévi – Strauss sobre el análisis lingüístico de los mitos. De esta manera, Lacan toma en cuenta las historias relatadas y la naturaleza de sus relaciones. Tras realzarse este tipo de análisis, se llega a la conclusión de que el estudio de los mitos conduce a comprobaciones contradictorias. En el caso del complejo de Edipo, la muerte del padre daría acceso al goce de la madre, y por el contrario en Tótem y Tabú, el asesinato instala la prohibición y la culpa.

Lacan señalará entonces, que se puede decir del mito, que la verdad se muestra en una conjugación de cosas opuestas que giran alrededor de otra.

Cuando Lacan considera al mito como un contenido manifiesto, evidencia dos posibles dimensiones: la vertiente de la tontería, y una que encierra una verdad, que no resulta fácil desentrañar. Aquí se hace girar una cosa alrededor de otra, para evidenciar la verdad. Así, giran el padre, el asesinato, el goce posible e imposible (castración). Aquí, el mito es el enunciado de lo imposible, que se debe remitir a lo imposible del discurso del amo, que es el de la castración. Su objetivo es instalar la ley. Su imposibilidad, es la de domesticar el goce mediante el discurso.

Explicado este punto, la autora se pregunta ¿cómo entender ese más allá del Edipo? Según Lacan, éste se ubicaría en la reducción del padre, a un operador de estructura, que no es más que un significante. Es decir, es la primera forma en la cual entra en juego la marca, el rasgo unitario, de la cal el goce es correlativo.

Para Lacan, la estructura simple ha superado al mito y desde esta afirmación, no sería posible pensar la metáfora paterna como una formalización lógica del complejo de Edipo, sin considerar que se encuentra más allá del mito.

Pero ¿qué hay más allá del Edipo? Los mitos son, dirá G. Ruiz, para hacer imagen e ilustrar, puesto que dentro de la enseñanza no es posible soportar el peso de un real. Lo real entonces, no se alcanza por medio del mito, sino mediante los impasses de la escritura, de la formalización.

En “El síntoma del charlatán”, Miller abre la discusión haciendo referencia al marcado interés por “lo nuevo”. Esto, adquiriría la dimensión de la Otra cosa, de la vivencia imborrable. Es más, la búsqueda de lo nuevo se ha impuesto como una exigencia en la producción cultural. En este sentido, actualmente lo nuevo en la cultura, es la nueva forma sintomática del malestar en la cultura. Pero esta valoración de lo nuevo como tal, es una cuestión relativamente reciente. Se podría decir, que el culto contemporáneo de lo nuevo, es “el vestido” de la muerte, puesto que cabe preguntarse cuánto tiempo algo nuevo, continua siendo nuevo. Cada día, dice Miller, lo nuevo dura cada vez menos, siento nuevo, volviéndose obsoleto cada vez con mayor rapidez. Es justamente en este punto, donde el sujeto se inquieta, ante la posibilidad de volverse obsoleto también él mismo. De esta manera, por ejemplo el rechazo al envejecimiento es claramente un síntoma social. Así, bajo la premisa que “lo nuevo sólo es nuevo en el momento presente”, se pone de manifiesto la pulsión de muerte.

Ante la inevitable experiencia de adquirir objetos, que se saben serán obsoletos casi instantáneamente al momento de llegar a nuestras manos, nos vemos enfrentados a la pérdida del goce, y ponemos en marcha inmediatamente nuestros próximos sueños de adquisición. Frente a esto, el autor reconoce la presencia de un síntoma obsesivo. Agrega, si uno exige exhaustivamente un saber, esto impide elegir, ya que siempre aparece un significante suplementario. Pero además, la propia norma social es sintomática.

Entonces, nos hemos ido alienando en la paradoja del automatismo de lo nuevo. Pero ¿Cuál es la paradoja? Que lo nuevo se transforma en un nuevo sin sorpresa. Yo diría, es la cotidiana novedad, que de tan frecuente, lo nuevo ya no es nuevo; pierde sus atributos de sorpresa. El autor comenta, que es un nuevo mortífero y por lo tanto es un síntoma insaciable, devorador, que apunta a la raíz del superyo.

El psicoanálisis, también ha sido algo nuevo, un síntoma social, del malestar en la cultura. El psicoanálisis, tal como lo veía Freud, se puede graficar en opinión del autor, con una frase de Baudelaire “Ir hasta el fondo de lo desconocido para encontrar algo nuevo”, la cual es aplicable a cada análisis. Al hacer mención de esta frase, se hace alusión a lo que llama la regla implacable, del “más de lo mismo”. Es decir, la presencia en cada sujeto, de algo antiguo, obsoleto, pero que continua activo, vigente y más fuerte que lo nuevo. Lo antiguo, se hace presente intempestivamente desordenando, según Freíd, todas las coordenadas temporales, hasta la confluencia de lo antiguo con lo nuevo.

En su época, Freud consigue vincular las nuevas formas del síntoma con las antiguas, utilizando para dichos descubrimientos, nombres antiguos. De esta manera, logró modificar la relación subjetiva con la cultura antigua y contemporánea. En contraposición a esto, el autor plantea que nada estaría más alejado del psicoanálisis, que las utopías Neu Age, las que pueden llevar incluso a suicidios colectivos. Así, Miller no introduce en el caso de uno de ellos, relacionado con el pasar de un cometa. Este hecho, nos explica, tiene su lógica por cuanto nada habría más novedoso que un cometa. Más, si uno fuera lacaniano, no llegaría al suicidio puesto que vería en su trayectoria, una alegoría de lo que sería una interpretación analítica cuando se inscribe en lo real.

Así, aun cuando el cometa es nuevo, en realidad es un fenómeno repetitivo, ya que sin duda repite su recorrido en un ciclo determinado. Más bien, lo nuevo es el significante que se le da. Ante el sentido freudiano, se confirma que el cometa no es tan nuevo como parece. Y ante la mirada lacaniana acerca de lo real, es posible darse cuenta que nada tiene que ver con el sentido; al cometa no le importa nuestro discurso. A partir de éste ejemplo, surge la interrogante sobre qué pasaría si el síntoma perteneciera a la dimensión de lo real.

Freud descubrió en principio, que al interpretar el síntoma en la histeria, éste desaparecía. Pero en un segundo tiempo, percibió que el síntoma regresaba – como un cometa – pero en un ciclo más corto. A esto le llamó reacción terapéutica negativa. En el síntoma obsesivo, Freud vio que el fundamento mismo del síntoma era la repetición compulsiva.

Estas dos referencias, invitan a dos teorizaciones respecto al síntoma. En la histeria, el síntoma es colocado en el registro de lo simbólico. Es decir, que equivale a un mensaje enviado por otro. En la neurosis en cambio, el síntoma es puesto en lo real, en la medida en que siempre regresa al mismo lugar, y es resistente a modificaciones mediante el reconocimiento de su sentido. El síntoma, en Freud, no solamente tendría significado, sino también, relación con lo real. Freud habría visto que detrás del síntoma, habrían fantasmas fundamentales. A su vez, detrás de éstos habría una fijación, una inscripción imborrable que da cuenta de un primer encuentro con el goce, que es siempre traumático.

Esta referencia a Freud, daría los términos del problema, dice el autor: el síntoma implicaría una relación con lo simbólico y con lo real, y también, una relación entre estas dos dimensiones.

Para Lacan, el síntoma es un decir, animado por un querer decir. Es el síntoma como mensaje del Otro, y en un segundo tiempo, es la incidencia del fantasma en este mensaje del Otro. Aquí, pondrá énfasis en la relación de lo simbólico con lo imaginario. En una última etapa, Lacan privilegia el modelo obsesivo del síntoma. Es decir, el síntoma es fundamentalmente real, en la medida en que se resiste al decir. Es síntoma, porque se repite como un cometa.

A partir de esta afirmación surge la duda sobre la utilidad de vincular al síntoma con la palabra. Este, dice Miller, sería el planteamiento radical de Lacan, en cuanto a que, situar al síntoma en lo real, pone en cuestión la posibilidad del psicoanálisis. En la perspectiva histórica , es sueño, el lapsus, el acto fallido, el chiste y el síntoma pertenecen al mismo registro ya que son descifrados. Es lo que Lacan llamó formaciones del inconsciente. Pero en la perspectiva obsesiva respecto al síntoma, se manifiesta que el síntoma no está en el mismo nivel que las otras formaciones del inconsciente. El síntoma no parece relativo al querer decir; ésto podría ocurrir sólo en un segundo tiempo de análisis. Pero Lacan sostiene que lo que constituye al síntoma como analítico es un fenómeno de creencia. Es necesario creer en él, como una entidad que puede decir algo. Por otra parte, el síntoma se aparta del acto fallido, del lapsus, del chiste, ya que estos responden a una temporalidad del inconsciente mientras que lo esencial del síntoma, es justamente su duración, permanencia y repetición. Por lo tanto, no es posible hablar de nuevas formas del síntoma sin matizar el sentido de lo nuevo.

La cuestión clínica gira en torno a la interrogante sobre si se puede sustituir el valor de goce por un valor de sentido. El nuevo fenómeno que se da, es el hecho de que antiguas patologías que se mantenían alejadas de la palabra, quedan atrapadas en el psicoanálisis. Lo nuevo, es que se traen síntomas mudos, a las prácticas del decir. Y esto, tiene que ver con el estado actual de la cultura. La época de Freud, se podría caracterizar como victoriana. El concepto que primaba era el de represión, ya que la significación y el fantasma de ésta, eran el eje de la vida social. Actualmente en cambio, es un estado clintoniano de la cultura. El vector cultural apuntaría hacia el goce sin represión social en el decir. La voluntas social pasa cada vez más, por la exigencia social del decir todo, lo cual estaría inspirando hoy en día, toda la producción cultural. El decir, es considerado incluso como un tratamiento. Así, la decadencia propia de esta época, del significante amo, nos remite para conocer tanto lo bueno como lo malo. En esta cultura ya no tenemos otro en el lugar de la verdad, sino que el supuesto saber está en nosotros. Somos el Otro.

Frente a esta cultura del decir del goce que describe el autor, plantea que las consecuencias son trágicas, en la medida en que en el malestar de la cultura, la falta de goce es imperdonable, y la depresión es el mal de esta cultura. Es en este contexto, donde la perversión se hace presente como nueva norma social. Y explicita que perversión, es tomado en forma genérica, como el goce que se deshace del Otro, del Otro sexo. En este sentido, el psicoanálisis es un síntoma que le permite al neurótico encontrar al Otro que necesita, al Otro de la justificación.

En “El Edipo: un impasse” el autor plantea que el sujeto de la modernidad, es un sujeto colmado en su falta, que ha logrado estrechar su propia castración. Se encuentra inmerso en un mundo donde se ofertan infinitos productos que son generadores de nuevas formas de síntoma, que empujan al psicoanálisis a inventar nuevos recursos frente a una nueva forma de lo real. En esta situación, la misión del analista es “hacer la contra” a lo real.

Durante la existencia del psicoanálisis, el Edipo ha tenido especial relevancia. Desde Freud, el Edipo se ubica en su dimensión de estructura y en su función estructurante. En él, se determinan las líneas del destino del sujeto, y sus elecciones de goce ante la confrontación con la castración y el deseo del Otro. En el centro del mito edípico, la teoría freudiana ubica al padre. La clínica, se articula en torno a este mito. En esta concepción, el padre pasa de su dimensión fenoménica, a la función en la estructura.

De esta manera, se produce la disyunción entre el genitor y la función del padre. Desde esta perspectiva, el padre es un agente del efecto traumático, generador del deseo sexual, y es a la vez, agente pacificador, en cuanto es representante de la ley. Permite al sujeto, integrar las pulsiones parciales bajo el falo, y lo introduce en la sexualidad en la dialéctica del deseo.

En “Tóten y Tabú” se muestra otro aspecto del padre. Aquí hace del goce ilimitado su causa, al tener acceso a todas las mujeres de la horda. Es aquel que la ley no afecta y esto determina su asesinato; el deseo del neurótico, es el padre muerto. Desde el pensamiento freudiano, es posible situar los indicadores que separan la función del padre, de su persona. Pero es Lacan quien al dar al padre el rango de significante, lo lleva al concepto del “Nombre del Padre”, lo cual permite diferenciar los estatutos de algunos conceptos que permanecían confusos, como cuando distingue el mito edípico, del complejo de castración.

Por otra parte, el Nombre del Padre permite ubicar al padre real más allá de su dimensión simbólica e imaginaria, como un operador estructural que sitúa un término de lo imposible (padre real), en el centro del planteamiento freudiano.

Situados en la época RSI, en el pensamiento lacaniano, el padre es transformado en un síntoma que cumple la función de ser el cuarto nudo, que anuda los otros tres; real, simbólico, imaginario.

Con esta pluralización, el pasaje de la forclusión del Nombre del Padre a la forclusión generalizada, está presente en toda estructura.

En la segunda clínica lacaniana, se encuentran respuestas que no reposan en las ideas freudianas sobre el Edipo. Esto posibilita pensar la experiencia del análisis, en un más allá del padre, del impasse.

En la reflexión freudiana hay una disyunción estructural en el proceso de sexuación de los sujetos. Para las mujeres, se trata de soportar su condición, y de encontrar su salida de la envidia del pene, por vía de la maternidad. En el caso del hombre, se trata de la posibilidad de acceder a su masculinidad.

Estos rasgos, determinan la orientación del análisis, donde el impasse sería desde el pensamiento freudiano, el reconocimiento de la envidia del pene y la posibilidad de tener otro hijo. Esto, claro está, en el caso de la mujer.

Para Lacan se trataría más bien, de generar las condiciones para que ella pueda acceder a un goce que sobrepase los límites definidos por el significante fálico, “para que pueda acceder a la posición femenina que introduce el goce”. Es el acceso al goce suplementario, como consecuencia de ubicar la falta en su estatuto de real.

Es decir, que Lacan propone que la clínica orientada por lo real, ubique su final orientada a ir más allá del impasse referido por Freud (más allá del Edipo). Se debe llevar al sujeto, a decidir en el ámbito de la asunción de goce, una condición sexuada que, no necesariamente coincide con su condición biológica; ser hombre o mujer, se definirá por la posición del sujeto en relación con el Otro y con el objeto. A partir de este proceso, al sujeto podría desvincularse del deseo del Otro y su goce respecto a sí mismo. De esta manera, instaura una nueva subjetividad, apoyada en su propia castración.

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