viernes, 24 de junio de 2011

Resumen "COMENTARIOS SOBRE LA NEUROSIS OBSESIVA" (2011)

Texto: Stuart Schneiderman
Karin E. y Javiera N.

El neurótico obsesivo llega a declarar su homosexualidad para desembarazarse de su responsabilidad de enfrentar a una mujer.  Se regocija descubriendo su parte femenina probando que puede tratar con las mujeres, no como un hombre sino de igual a igual.
Psicoanalíticamente hablando, una madre decide hacer de su hijo un hombre en ausencia de su marido, que actúe como padre respecto al hijo.   Se trata de un hombre que no satisface ni a la mujer ni al  hijo, por más atento que éste se muestre respecto a ellos.  Es un padre que hace más bien de semblante y que no actúa como un hombre verdaderamente.  Eso empujará al hijo a llevar a cabo rituales elementales e incomprensibles que no producirán nada y que por este hecho, nunca tendrán el valor de acto.
¿Cómo se desarrolla esta historia? Una mujer cuyo marido no la satisface coloca a su hijo en la obligación de volverse un hombre.
El padre se da cuenta que la masculinidad del hijo no es más que puro semblante y reacciona en forma hostil, avergonzando y humillando al hijo constantemente.  En la medida que esta masculinidad solo puede serle enseñada por la madre, ante los ojos de los otros carece de valor.
En la hostilidad del padre obsesivo se aprecia un intento de afirmar su autoridad paterna pero eso no es más que un acto para ocultar la delegación más fundamental de su responsabilidad.  Este padre que se burla de su hijo por estar demasiado cerca de su madre, interviene demasiado tarde y superficialmente. Si lo hubiera hecho oportunamente, se habría  interpuesto a tiempo entre la madre y el hijo.  Pero eso habría sido alentar el desarrollo de una identidad masculina en el hijo y esto es lo que él padre no quiere.
Los obsesivos frecuentemente están en buenos términos con su madre y son extremadamente sensibles a las exigencias femeninas, especialmente cuando estas mujeres son fuertes, agresivas y controladas.  La intimidad asexuada que encuentran junto a ellas, no es más que una protección contra su propia agresividad erótica respecto de las mujeres.  Al mismo tiempo, los obsesivos están en una constante búsqueda del padre, lo que piden a los hombres, que para ellos representan a los amos, es una autorización permanente.  Aspiran ser aceptados en tanto que hijos de tales hombres y sólo pueden correr el riesgo de sustraer algo a un padre, suponiendo que serán recompensados por su paciencia, sus servicios y por su renuencia al deseo de las mujeres.
Los obsesivos rumian sin cesar, como para protegerse de todo pensamiento que no concuerde con el de un hijo modelo.  Si estos pensamientos se inmiscuyen en la conciencia del obsesivo, se ven expulsados inmediatamente de ella.  Por lo tanto, para asegurarse de que sus esfuerzos sean realmente eficaces, reclaman la aprobación y la invalidación constante de su posición de hijo modelo.
El obsesivo puede llegar a creer que el estrecho vínculo que tiene con su madre lo ha vuelto afeminado e incluso homosexual latente, pero esto no es más que un señuelo.  Lo que busca es la confirmación de una posición subjetiva que lo exima de la responsabilidad de enfrentarse a una mujer. 
El obsesivo no debe su etiqueta al hecho de ser obsesivamente compulsivo en sus hábitos, sino a mostrarse obsesionado por pensamientos relativos a una mujer inaccesible, ya sea porque lo rechace o porque pertenece a otro hombre.  El obsesivo puede creer que desea poseer a esa mujer, pero si tiene la oportunidad, no lo hará.  En su lugar, la amará a distancia, idealizará su imagen que capturará todos sus pensamientos.  Ella es todo para él y reúne en sí a todas las otras mujeres.  El obsesivo busca protegerla de los estragos ocasionados por otros hombres.  Considera que será recompensado con su amor, el cual lo librará de sus tormentos y de su obsesión. Ella tiene el poder de hacerlo nacer a la vida, devolverle su integridad, darle  sentido a su vida. Sin ella, se siente muerto.
Como un falsario, el obsesivo interrumpe el proceso de trabajo que podría colocarlo en circulación.  No quiere comprometerse en una competencia con los hombres, sino que busca la autorización para evitar esto.  Cómo si una cualidad innata lo eximiera del trabajo que implica esta competencia.  Una vez que se encuentra preparado, busca a una única mujer, que será para él todas las otras y que aceptará sus fracasos y la futilidad de sus esfuerzos como expresiones de su amor por ella.  Suponiendo que triunfase, entonces estas mujeres no podrían amarlo por él mismo, le resulta intolerable.
Aquí, la diferencia de sexos no está en cuestión, se trata de un asunto de vida o muerte.  Cuando el sexo se vuelve un asunto de vida o muerte, la prioridad es dada al único acto sexual válido, la relación heterosexual, dado que produce vida.  Todo lo que es periférico al acto sexual carece de sentido y es moralmente desdeñable, dado que no da vida.  Por lo tanto, la erótica está excluida, el acto sexual se vuelve rutinario.  Esta forma de adoración a la vida, busca de alguna manera, poner en jaque a la muerte.
Es obvio que esta rutina carece de interés para la compañera, sin embargo esto no es una preocupación para el obsesivo, lo que en parte se explica por sus intenciones agresivas hacia las mujeres y, sobre todo, porque las venera como representantes de la vida misma.  En el momento en que obliga a una mujer al cumplimiento de un ritual vano, piensa que haciéndolo por la vida lo hace por ella.  Su satisfacción pues, se encuentra atenuada.  No olvidemos que la función de representar la vida le corresponde solo a una mujer.  Las otras son consideradas de moral relajada y están allí solo para ser utilizadas e incluso para abusar de ellas.
Si algo merece ser destacado  es la idea de que la moral virtuosa del obsesivo no es más que una máscara que sirve de camuflaje para su cobardía fundamental.   El neurótico obsesivo está del lado de la vida y es contrario a la muerte. No se cuestiona la falta de sentido que tiene estar contra la muerte.  Así, ésta proyecta su sombra en el camino del obsesivo, ya que no puede afrontarla ni afrontar el deseo de la muerte, deseo cuyo único objeto sólo puede ser la vida misma.  Idealiza a estas mujeres como seres perfectos, representantes de la vida misma, como para decirle a la muerte.  “Es lo que tú quieres no a mí”.
Aunque el obsesivo crea que se interesa por la femineidad, se sentirá siempre atraído por la histérica que es una mujer que define su femineidad como la función de su útero.  El obsesivo y la histérica forman la pareja perfecta, donde el obsesivo termina siempre por ser vencido y desenmascarado en tanto falso hombre, lo que no es difícil dado que para la histérica casi todos los hombres son falsificaciones.  Pero esta derrota la soporta pues es más fácil ser vencido por la vida que enfrentar a la muerte.  Para el obsesivo es necesario que la mujer amada sea inaccesible.  De ninguna manera podría desear a esa mujer que él blande para atraer el deseo de la muerte, esto podría traer graves consecuencias, es decir, verse privado del más vital de sus órganos. Es lo que en teoría se llama castración.   Para el obsesivo, la capacidad del órgano para producir vida y expresar vitalidad es la única vía para establecer vínculos con la mujer, que es la vida misma.  La angustia de castración se vincula con la marca del órgano y su transformación en el falo, un significante que tiene lugar en la cadena de significantes y no en el ciclo de la vida.  Entonces, el obsesivo argumenta acerca de la integridad de sus testículos para rehusar el concepto de castración y declarar que no es él quién robó el falo.  El obsesivo no nos enseñará acerca de la diferencia de los sexos, ni acerca de la femineidad.  Por esto nos es necesario circular.
Pese a que el obsesivo profundamente perturbado erige sus monumentos de todo tipo entre el Otro real y su yo ideal para conservar sus ilusiones de distancia, y con ello evitar la fragmentación (histérica) o la psicosis, nunca encuentra una inscripción adecuada para su masculinidad.






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