lunes, 20 de junio de 2011

Zizek, Slavoj, ¿A dónde va el Edipo?, en “El espinoso sujeto”. (2003)

Zizek plantea que en la familia moderna, nuclear y burguesa, las funciones del padre que se encontraban separadas (el ideal del yo, apaciguador y el de la función simbólica de tótem y tabú), ahora están unidas en una misma persona. Esto propició condiciones psíquicas para el moderno individualismo occidental, pero además, produjo la crisis del Edipo. Al respecto, Lacan dice que el Edipo sólo puede funcionar correctamente integrado al niño en el orden sociosimbólico, mientras el lado de la autoridad marcada por la obscenidad, permanentemente oculta. Si se descubre, coinciden en él, la impotencia y la rabia. En este sentido, Lacan estableció una conexión entre la problemática edípica y la integración del sujeto en el orden simbólico. Desde esta perspectiva, la modernidad se caracteriza por la competitividad individualista. Así, el surgimiento del individuo abstracto, que se relaciona con su modo de vida como algo con lo cual no se identifica, se basa en el cambio funcional del complejo de Edipo, en la unión de los dos aspectos de la autoridad paternal en una misma persona del padre real. A esto se le suma el hecho de que se distingue el gran Otro (simbólico), de la relación imposible del sujeto, con la Alteridad que es el Otro como la cosa real. Esta cosa, es el propio padre; el obsceno padre – goce, anterior a su asesinato. En el mito edípico de tótem y tabú, es el asesinato de la Cosa – Padre lo que genera la prohibición simbólica. Lo que sucede actualmente, es que retornan las figuras que funcionan según la lógica del padre primordial. Todos hemos debido asesinar al padre, pero no por ello se ha consumado la relación incestuosa. Esta paradoja, se produce porque no es el padre vivo, sino el muerto, quien impide el acceso al objeto incestuoso, con su encarnación de la ley/prohibición simbólica. Es decir, sólo después de traicionar y asesinar al padre, es posible elevarlo a la categoría de símbolo venerado de la ley. Pero para que la prohibición sea realmente efectiva, “debe ser sostenida por un acto de voluntad”. Este punto, señala Zizek, pavimentó el camino hacia una posterior variación de la matriz del Edipo, expuesta en “Moisés y la religión monoteísta”. En ella, se muestra un padre racional, que encarna la autoridad simbólica, que retorna después de su asesinato. Este padre es el Dios que está detrás de cualquier Dios, que no le debe explicaciones a nadie. En él, el agente de la prohibición es sostenida por la ignorancia de los modos de goce. Aquí, la paradoja es que el Dios irracional, el de la voluntad, como figura interdictora, destruye la sabiduría sexualizada, abriendo espacio para el conocimiento abstracto y desexualizado de la ciencia moderna. Esta paradoja permite la comprensión del dominio de las reglas simbólicas las cuales deben basarse en una autoridad tautológica. Es decir, que esté más allá de las reglas; “porque yo lo quiero de esa manera”.

Cuando se habla de la declinación de la autoridad paterna, el que está en retirada, es el padre interdictor del “no”, lo cual hace posible que “prosperen nuevas formas de armonía fantasmática entre el orden simbólico y el goce”. Aquí, el Otro ya no existe. Esta inexistencia sería correlativa al concepto de fe simbólica; lo que hace que creamos en lo que vemos, es la ficción simbólica que estructura nuestra experiencia de la realidad. Hoy en día, las nuevas tecnologías nos llevan a escoger creer en algo que sabemos es una realidad virtual, renegando de nuestro saber (simbólico). Y es precisamente en este punto, donde radica la eficacia simbólica. Esta tiene que ver con el punto donde el Otro de la institución simbólica, nos enfrenta a la cuestión de ¿a quién le crees, a mi palabra o a tus ojos? La respuesta que escojamos será, la palabra del Otro. Frente a esto, es posible pensar que el verdadero “en sí”, el modo en que una cosa es realmente, ya está ahí para los observadores. Este cambio de la apercepción de la prohibición es crucial, puesto que se reestructuran las reglas del sistema para adaptarse a las nuevas condiciones. Aquí, el Otro puede ser del orden de la mentira.

Estas paradojas, tienen relevancia en la forma en que el ciberespacio afecta la identidad simbólica del sujeto. El nivel en el cual comienza a intervenir la eficacia simbólica, determinará la posición sociosimbólica del sujeto. Pero el hecho de que ya no exista el Otro, quiere decir que ha dejado de ser operativa la función simbólica que le da el status performativo a un nivel de la identidad del sujeto, determinando cuáles de sus actos tendrán “eficacia simbólica”. Puesto que se ha socavado la confianza simbólica, que ya no hay una forma del Otro, no hay entonces un punto simbólico que sirva de referencia, de ancla moral segura y no problemática. Un buen ejemplo, según el autor, es el florecimiento de las comisiones, las cuales quedan atrapadas en un círculo vicioso donde por un lado, intentan legitimar sus decisiones remitiéndose a un avanzado saber científico, y por otro lado, las mismas comisiones tienen que aducir un criterio ético no científico para establecer una limitación a la pulsión científica. Las reglas inventadas, intentan compensar la falta de una ley / prohibición fundamental, la del padre que ha sido socavado, junto con la pérdida del ideal del yo y la autoridad paterna.

Lo que se puede encontrar tras la existencia de las comisiones de ética, es la teoría de la “sociedad de riesgo”. Las nuevas amenazas a las cuales se refiere, son consecuencia de intervenciones económicas, tecnológicas, y científicas de los seres humanos sobre la naturaleza. no obstante, no hay manera de conocer la magnitud de los problemas. Es decir, nadie está a cargo de ellos; no hay ningún Otro del Otro, que “maneje los hilos”. La opacidad de esta situación, radica en el hecho de que la sociedad actual, es absolutamente reflexiva, y de que no hay nada que nos proporcione una base firme sobre la cual apoyarnos. Debemos tomar decisiones, pero nadie conoce el resultado global. En la sociedad de riesgo, las elucidaciones y decisiones son totalmente libres, situación que produce una gran frustración, puesto que no contamos con una base adecuada de conocimientos. Deviene entonces la incertidumbre y con ella, la angustia. No hay un mecanismo global que nos regule; estamos frente a la inexistencia posmoderna del Otro, que es el resultado directo de la reflexividad universalizada. Para que haya confianza, explica el autor, es necesario aceptar un mínimo de no reflexividad, un acto de fe. En cambio el sujeto actual, que se experimenta como liberado de cualquier coacción tradicional, se apega con mayor facilidad al sometimiento, para compensar la desintegración de la autoridad pública. Este apego a formas externas de dominio y sometimiento, “se ha convertido en la fuente transgresora secreta de satisfacción libidinal”. En el ámbito de las relaciones socioeconómicas, llama la atención el hecho de que una determinada figura funcione como icono, aun cuando los rasgos que se le atribuyen, no coincidan con el “verdadero” (Gates). De esto se desprende el hecho de que la desintegración de la autoridad simbólica patriarcal, el Nombre del Padre, hace surgir una nueva figura del Amo, que es nuestro semejante. Esto es lo que lo dota fantasmáticamente con otra dimensión, la del Genio Maligno. En este contexto, la perspectiva espectral del capital es el Otro, que es causa directa de la desintegración de todas las otras encarnaciones tradicionales del Otro simbólico. El autor propone, un retorno a la primacía política, para crear las condiciones que posibiliten la satisfacción de la demanda de ciertos sectores de la sociedad. Esta politización de la economía, evitaría la monopolización del poder.

En otro ámbito, la reflexividad ha penetrado también, la esfera íntima de la sexualidad. En este sentido, ha ocurrido un cambio “desde el orden patriarcal premoderno legitimado por la cosmología sexualizada”, al orden patriarcal moderno que introdujo el concepto abstracto – universal del hombre. Para medir las nuevas normas, el psicoanálisis entiende al sujeto en el contexto de la ciencia moderna. Aquí, subyace la cultura de la queja, donde el sujeto culpa por su fracaso, al Otro. Y es precisamente esto lo que marca su dependencia. Su rasgo fundamental, es el giro legalista, donde el sujeto se esfuerza pro traducir su queja en una obligación del Otro. Este deberá indemnizar al sujeto, por el goce del que ha sido privado. De esta manera, el sujeto confirma al Otro en su posición, con el mismo hecho de atacarlo. Esta cultura, es correlativa a las prácticas sadomasoquistas. Los dos fenómenos son aspectos opuestos aunque complementarios, de la relación perturbada con la ley, y se relacionan con la histeria y la perversión. Esto es posible por el cambio en la relación entre la ley y el goce; para el histérico la ley prohibe el acceso al goce. Para el perverso, la ley emana de la misma figura que encarna el goce. De esta manera, el resultado de la inexistencia del otro, es la proliferación de distintas versiones de otro que existe en lo Real.

En esta concepción caótica de la vida social, donde los sujetos se ven obligados a reivindicar las reglas de coexistencia, es posible discernir que, aun cuando el sujeto sepa que hay una ley, nunca sabe a priori lo que es esa ley. En la interpretación que el autor hace de Kant, encuentra a la ley, como inconsciente; “la experiencia de la forma sin contenido”, y agrega “es siempre indicativo de un contenido reprimido”. Desde la perspectiva lacaniana, aquí es donde se encuentra la distinción entre las reglas que hay que inventar, y su ley / prohibición subyacente. La prohibición sería, que el lugar de la ley, debe permanecer vacío. Aquí se encuentra el inconsciente. En este contexto, el autor agrega que incluso en el caso del sujeto narcisista, se basa en el mandato superyoico inconsicente incondicional de que goce. Pero justamente en las actuales sociedades permisivas, el goce sexual como apego apasionado fundacional, está socavado. Los placeres idiosincráticos, más allá de la sexualidad, se ha convertido en aburrimiento.

En este contexto, la enseñanza del psicoanálisis radica en hacer visible la metáfora paterna. Aquí, es posible distinguir dos facetas de la desintegración de la autoridad paterna: las normas como prohibiciones simbólicas, son reemplazadas por el idealismo imaginario. Por otra parte, la falta de prohibición simbólica es reemplazada por figuras superyoicas que todo lo perciben como una amenaza al equilibrio imaginario. Esto tiene que ver con el encierro narcisista, y deja al sujeto al mandato superyoico del goce. La subjetivida posmoderna, involucra una superyoización del imaginario, causado por la verdadera prohibición simbólica. Esto produce la retirada del Otro, el fracaso de la ficción simbólica, lo cual induce al sujeto a aferrarse a simulacros imaginarios. Esto desencadena una violencia en lo real del cuerpo, e influye en las construcciones sociales. Hoy en día, los sujetos están cada vez más apegados a su particular identidad sustancial, sin estar dispuestos a sacrificar nada. La violencia que se ejerce en el cuerpo, pareciera traer un retorno del corte tradicional, pero en realidad, son formas arcaicas premodernas, que vuelven mediadas por la modernidad. De otra manera, el corte tradicional va de lo Real a lo Simbólico, mientras que antes, sucedía a la inversa. Ahora, el corte señala más bien, la resistencia del cuerpo contra la sumisión de la ley cultural, mientras que antes se intentaba imprimir la función simbólica en la carne.

Se intenta ser fiel al propio yo, y aquí se pierde el sujeto. Pero la individualización extrema, se transforma en su opuesto y lleva a una crisis de identidad. Los sujetos se identifican a sí mismos inseguros, puesto que pasan de una máscara a otra sin encontrar nada. Lacan señala que no perder la identidad, sólo es posible aceptando la alienación en la red simbólica. Es decir, que cuando uno se construye en la red simbólica, inevitablemente se aliena, puesto que es inevitable la relación con el Otro. El resultado paradójico, es que el goce se externaliza cada vez más, sin poder confiar en mi propia experiencia. Se hace necesario, que otro me diga cómo estoy. Esta dependencia respecto de los otros, es lo opuesto a lo que se da con la droga, donde no dependo de nadie, y produce un goce excesivo. Pero cómo romper este círculo vicioso? Lo que se necesita es la afirmación de un real, que reintroduzca la dimensión de la imposibilidad que destroza lo imaginario. Es decir, se necesita un acto, en tanto opuesto a al mera actividad. Esto involucra atravesar el fantasma. Desde Lacan, un acto auténtico, no presupone que su agente esté en el nivel del acto, con su voluntad purificada, ya que es inevitable que el agente no esté en el nivel de su acto. En realidad, todo acto auténtico tiene algo intrínsicamente terrorista, el sujeto se ve sorprendido de lo que ha sido capaz de hacer. En la actualidad, la moral sitúa al mal en el propio bien, dependiendo de la perspectiva que se le mire. Es el acto que nos permite cortar la trabazón del bien y el mal.

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