lunes, 3 de octubre de 2011

Donde no había nadie…


Desde hace algún tiempo, he estado viajando a un pueblo en el sur de Chile. Eran las cinco y media de la mañana la primera vez que llegué. Una niebla lo cubría todo, incluso la punta de mi nariz. Aun así, logré vislumbrar sombras de personas que estaban paradas en la calle? donde me bajó el bus. a una de ellas le pregunté por el hotel donde me alojaría. Me indicó que cruzara la plaza, y subiera media cuadra. Entonces me dispuse a caminar, sin saber por dónde iba, pero siguiendo la dirección de su mano. A los dos pasos, apareció un perro bastante grande, estilo siberiano, que se me acercó lenta y silenciosamente, y caminó a mi lado hasta un par de metros antes de mi destino. Luego, retrocedió y no lo vi más.
En el hotel, me recibió una mujer joven que me indicó que no servían desayuno, pero había tragos a cualquier hora. Y luego se despidió, mientras que yo me fui a dormir un rato. Las ventanas no cerraban, no había estufa ni agua caliente. Por cierto que la habitación estaba en mejor estado que la entrada que crucé para llegar a ella, donde abundaban grandes telarañas, una colilla de cigarro en el suelo, escombros, y la alfombra rota en la parte de las escaleras, de modo que habían desaparecido varios escalones.
Una vez hube despertado, quise bañarme, y como no salía agua caliente, busqué a alguien… alguien… cualquier ser humano. Pero no había nadie más que yo, las arañas y la colilla de cigarros. Mi compañera llegó, entramos y salimos reiteradas veces, ocasiones en que logramos ver a la misma mujer, encarnada a su eterno pijama rosado con pantuflas del mismo color, peludas. Parecía que durante el día dormía.
El último día nos aventuramos a pasear por todo el hotel desesperadas por encontrar a un ser humano. En la última habitación, había un sostén tirado en la cama, y en la pieza del frente se sentían fuertes ronquidos. Ahí evidentemente vivía alguien; su cartera colgaba de una lámpara, ropas tiradas, peineta y témperas en una mesa. Todo abierto… gritamos, tocamos timbres, golpeamos… hasta que la mujer apareció de una tercera habitación, no supimos cuál. Debimos avisarle que se había acabado el gas del hotel, nos increpó, y nos despedimos de ella, de la colilla de cigarro y de las telarañas, que luego de tres días, ya saludábamos.
Tras eso, nos fuimos a trabajar a una aldea cercana, pero nadie salía de sus casas, a excepción de una persona, que en todo caso pasó de largo, porque estaba más interesada en un funcionario del SERVIU que llegó después de nosotras.
Nos fuimos a Santiago.
Días después, cuando regresamos, llegué también de madrugada. Entonces me llevó un taxista a unas cabañas y me informó que no era posible transitar sola por la calle a esa hora, ya que era muy peligroso porque la gente salía de los pubs… (que tras días de recorrer con mi colega, no descubrimos nunca). Casualmente el dueño de las cabañas era su amigo, y vería si me podía recibir más temprano. Pero él no estaba en el pueblo, así que llamó a su hija, y luego ella nos abrió, en pijama rosado, con pantuflas del mismo color, peludas. Luego de negociar bastante, me permitió descansar en la cabaña y se fue a su casa, que quedaba al lado de ésta. Por la mañana, una señora apareció a hacer aseo y conversamos unos minutos con ella. Los días siguientes, pese a que tocamos insistentemente la puerta de la casa, llamamos por teléfono una y otra vez, nadie apareció. Ninguna luz se prendió nunca… y nos fuimos, dejando las llaves colgadas en la puerta, por si alguien las veía, y asociaba que eran del lugar.
Nos dirigimos a la aldea, a trabajar, pero nadie apareció. Esta vez tampoco había niños, ni perros, más que uno. Nadie.
Antes de irnos a Santiago, quise comprar cigarros. Siendo día domingo, estaba todo cerrado, pero un quiosco parecía estar atendiendo, y efectivamente estaba abierto… pero no había nadie. Le pregunté a la gente que pasaba por la calle, y me informaron que el caballero había ido a comprar los diarios. Era medio día, hora de almuerzo, y el bus estaba por partir. Solo yo y mi colega subimos a él. En el camino me preguntaba qué pensaría la gente de ese pueblo, si veían noticias, si protestaban… en qué se entretenían… pero a quién preguntarle. Solo alcancé a ver en una montaña un letrero que decía “no al lucro de la educación”. Sorprendente en un pueblo donde no hay nadie.