viernes, 3 de agosto de 2012

“LA ETNOPSIQUIATRÍA”, Laplantine, F. Pág. 73 - 111 (síntesis)



“LA ETNOPSIQUIATRÍA”, Laplantine, F. Pág. 73 - 111


LOS CUADROS CLÍNICOS DE LA PSIQUIATRÍA METACULTURAL


Laplantine comenta el método desarrollado por Develaux, L. “psiquiatría metacultural” surgida de la relación complementaria entre el enfoque etnológico y el psiquiátrico. Esta técnica consiste en comprender y curar a los enfermos mentales, en función de los conceptos de acultuación y deculturación.

El psicoanálisis, explica, ha mostrado que existe un origen infantil a la base de las enfermedades mentales. El hecho de no haber logrado establecer una verdadera relación con el entorno inmediato, hace que cualquier suceso pueda reactivar en el individuo fragilizado por su pasado, una experiencia infantil que lo sumerja en el universo neurótico de la culpa o un mundo más arcaico y doloroso como el de la psicosis.

Sin embargo, en opinión del autor el descubrir este origen y corregirlo, no solucionaría el problema por sí solo. Es por ello que la etnopsiquiatría muestra que hay múltiples entradas en este cuadro etiológico, donde lo microsociedad y la macrosociedad se articulan. Lo biológico, familiar, económico y político, se encuentran en una interdependencia tal, que no es posible buscar un único causante de la situación.

Cabe aclarar, que si bien tomar la perspectiva psicoanalítica para afirmar que la enfermedad mental se produce a partir de una regresión psicoafectiva corresponde a una postura determinada cultural, el autor identifica como un hecho universal, que suceda por esta causa. Y existirían distintos grados de regresión también a nivel de sociedades, pudiendo identificar unas más anales u orales. Se podría hablar de culturas neuróticas o psicóticas (aquellas donde la regresión es masivamente favorecida y la autodestrucción instituida como modelo.

Pero qué es la enfermedad mental? “… es la tentativa desesperada de reorganización de la personalidad, pero que siempre se efectúa en detrimento del Yo, el cual no puede ya cumplir su doble misión diferenciadora de individuación y de socialización. En individuo se encuentra acorralado contra defensas funcionalmente costosas.”[1] Nos dice el autor. En esta tentativa fallida, las pulsiones despojadas de cargas afectivas regresan al estado libre, invadiendo el campo psicológico y cultural desestructurado. Por lo tanto, en este proceso el sujeto se deshumaniza y a la vez se desocializa, ya que toda sociedad tiene en principio, un sistema de defensas para el Yo, puesto que si estuviese completamente al servicio del súper yo o del ello, la cultura dependería a desaparecer.

El autor agrega que la enfermedad mental, además es una deculturación. Esto quiere decir, que surge a partir del despojo del contenido cultural de los materiales culturales (por ejemplo, cuando un auto deja de ser lo que es, rueda, puerta, etc. Y pasa a ser un objeto de culto), lo cual se puede producir por ejemplo, en la lógica de un mundo cerrado donde la ambivalencia de lo simbólico ya no habla, siendo negado a favor de un sistema que ya no nos remite a ningún mito.

En este contexto, la psiquiatría metacultural busca distinguir:

-            Comportamientos que son reinterpretados en términos de una significación latente implícita, que ya no es admitida en la sociedad en que la persona vive (si una piedra es un fetiche, no la deculturo, sino que le asigno una matriz primaria que la sociedad reprime).

-       Comportamientos puramente patológicos, es decir, aquellos que se separan no de las normas culturales, sino de la capacidad de todo ser humano para utilizar los materiales que la cultura le brinda para comunicarse con los demás. 

Este segundo punto, es el que interesa desarrollar al autor, a partir de la idea de que la deculturación es una enfermedad de la des-simbolización, la que si se lleva al exceso, “puede conducir a los sujetos a elaborar rituales vacíos de significación cultural, y a que las sociedades destruyan los fundamentos mismos de su propia existencia”.[2]

En principio, todos reconocemos de igual manera a la cultura, y somos capaces de tomar cierta distancia. Pero en el caso del psicótico, sucede que éste niega la existencia de una exterioridad y de un sistema simbólico común. La cultura entonces, deja de ser utilizada como tal, y pasa a ser el soporte de un deseo que no puede ser comunicado por el individuo ni si quiera por medio de la palabra.


LA EXISTENCIA DE SOCIEDADES LOCAS


Pero además de las explicaciones acerca de lo que le pasa al sujeto en, o fuera de la cultura, existe un debate, acerca de las características de las culturas como tal, pudiendo caracterizarlas como un sistema que también puede estar más o menos psicotizada o neurótica en su conjunto.

               I.            Así, el autor señala que hay culturas que exigen demasiado a los miembros que la componen. Son, sociedades estructuradas que no satisfacen ni mínimamente las pulsiones de los sujetos, exige grandes renunciamientos (sociedad hitleriana, psicótica). Finalmente, estas culturas tenderían a desaparecer ya que la resistencia psíquica de los individuos, quienes solo tienen una capacidad limitada para reprimir.

             II.         Otras culturas, no exigen bastante de sus miembros. Generan sistemas de defensa por medio de los cuales los conflictos entre los grupos sociales, son negados, o recusados por medio de una negación sistemática de lo real. Estas sociedades fundadas en artificios culturales, parecen funcionar perfectamente; amortiguan los golpes, previenen los obstáculos. Pero finalmente, nos dice el autor, son engullidas por el proceso inverso a la cultura descrita anteriormente, es decir, por su propio delirio.

Para concluir, Laplantine sostiene que una sociedad se hunde en una enfermedad mental cuando:

1.       Los mecanismos de la aculturación son excesivamente violentos y brutales, ya que al no permitir nada más, la cultura se autoasfixia.

2.       Cuando los mecanismos de defensa utilizados en contra de la acultración, muestran demasiado celo y se tornan colectivamente delirantes, ya que al pretender evitar a toda costa que los individuos se angustien con la realidad, se corre el riesgo de percibirla finalmente.

           III.                   Hay otras culturas, que sin ser completamente mórbidas en cuanto a su funcionamiento, favorecen la formación de una o más matrices patógenas, a partir de rasgos de comportamiento que tienden a difundirse en su medio, haciendo difícil la vida en sociedad.

           IV.                   Finalmente, la existencia de sociedades enfermas, inmaduras o desdichadas, supone que el sujeto que introyecta las normas de su grupo, se enferma tambi8én, tornándose inmaduro o desdichado. En cambio en las sociedades sanas, como la africana por ejemplo, los individuos asimilan su cultura, y al hacerlo, logran una individuación y socialización reales.

Entonces se podría decir que no es posible llegar a la cultura si no es por medio de esta misma, lo cual conduce a pensar que dado el carácter deculturante de la cultura, tendemos a convertirnos en el enemigo de nuestra propia sociedad. Es decir, nos convertimos a su vez, en enemigos de nosotros mismos. En tales condiciones, la acción terapéutica se convertiría en lo contrario de un proceso de adaptación a la ley de la mayoría. Pero tampoco se trata de ubicar a la antipsiquiatría en el lado de la inadaptación y la rebeldía.


LAS ENFEREMEDADES MENTALES EN LAS “SOCIEDADES PRIMITIVAS”


En este capítulo, Laplantine se introduce en la comprensión del campo semántico en el que se inscriben las figuras de los sagrado y lo patológico en las sociedades llamadas “primitivas”.

-          Una primera trampa, consiste en afirmar que en algunas sociedades no existen las enfermedades mentales. Sin embargo, no se puede negar que hay culturas tradicionales, que tienen una “orientación terapéutica”, dado que favorecen la inserción del individuo en su grupo, ya que por medio de una comunicación constante (entre cantos, danzas, juegos, etc.), liberan emociones y tensiones que habitualmente tenemos reprimidas. Constituyen además, manifestaciones religiosas usualmente fundadas en el optimismo y la confianza en la vida. Esto no quiere decir que dichas sociedades no tengan conflictos. La intensidad de angustia que sienten los miembros de estas sociedades, resulta igualmente intensa que la de nosotros, cuando nos encontramos frente a la adversidad de un algo sobrenatural que no logramos nunca dominar, o frente a los deseos considerados nocivos dentro de una tribu vecina.

Estos factores, señala el autor, favorecerían estados de sobreexitación patológica, los cuales no por ser aceptados culturalmente dejan de ser patológicos.

-          Una segunda trampa, completamente inversa a la anterior, consiste en reducir a comportamientos neuróticos, la aparente absurdidad de los sistemas religiosos, de los rituales de brujería y las prácticas terapéuticas. Desde una antropología racionalista, el pensamiento médico -  mágico de los “primitivos”, damos por hecho que existe en alguna parte una realidad ideal y crear “valores verdaderos”. Creemos que somos más autónomos y conscientes que los “primitivos” a quienes vemos enredados en sus “supersticiones” e “ilusiones”. Sin embargo, nos dice el autor, con esto corremos el riesgo de no darnos cuenta que tras esos sistemas míticos y mágicos, subyace finalmente, la misma lógica del racionalismo que funda el sistema tradicional del humanismo occidental.

-          Entonces se debe tener claro que:

1.       Las estructuras generatrices de las enfermedades mentales funcionan dentro del mismo campo semántico en todas partes.

2.       La inteligibilidad de dichos trastornos para un grupo social, no es un problema que incumba al saber médico por ahora, sino que se encuentra ligado a la lógica coercitiva del ámbito cultural desde el cual surge.

3.       Puesto que los hechiceros, chamanes, terapeutas africanos, no curan ni más ni menos que los psiquiatras occidentales, también podría entonces, llamárseles psiquiatras.


LA PROXIMIDAD DE LO PATOLÓGICO Y LO SAGADO EN LAS SOCIEDADES TRADICIONALES


-          Los diferentes procesos de la enfermedad mental, así como también los diferentes medios por los cuales se intenta curar, se inscriben siempre, en las sociedades tradicionales, al interior de representaciones colectivas que se encuentran en la categoría de lo sagrado. Ya sea que las manifestaciones patológicas sean valorizadas como algo positivo o no, son ante todo, percibidas como epifanías. En estas condiciones el diagnóstico consiste en identificar al espíritu que se manifiesta por medio de los síntomas del enfermo. Y antes que curar al enfermo, lo que interesa es reunirse con lo sagrado, tratando por medio del diálogo, determinar por qué le ha tocado la experiencia a dicho enfermo y no a otro.

-          Esta comprensión etiológica de la enfermedad mental, forma parte de un sistema coherente que funda toda concepción de existencia, y no se podría afirmar que es menos científica que la psiquiatría occidental, puesto que lo que ha hecho (la psiquiatría), es traducir el lenguaje de los mitos a otros lenguajes menos angustiantes y más comprensibles para nuestra mentalidad. Las explicaciones que encontramos acerca del origen de las enfermedades, entonces, en una y otra cultura, tiene relación con lo que la cultura desde la cual se mira la enfermedad, ha preestructurado como modelo susceptible de ser apreendido por ésta, respecto de las manifestaciones de felicidad o desgracia. Tanto el chamán como el psiquiatra, al aplicar sus métodos de curación o atención a los síntomas del enfermo, encontrarán pruebas de que el tratamiento – ya sea farmacológico, terapéutico, o de ritual – ha resultado positivo para su mejoría.

Los aspectos anteriormente descritos, permiten al psiquiatra, desde la antipsiquiatría, operar ya no desde el contenido de una cultura en particular, sino desde una posición en la que se ha liberado de sus propias escotomizaciones (una ceguera psíquica específica y selectiva en la que el sujeto desaparece de su conciencia recuerdos desagradables), y puede entonces, hacer una discriminación crítica acerca de lo normal y lo patológico, independientemente de los contextos institucionales de una cultura dada.

-          La psicopatología africana, ha descubierto mucho antes del surgimiento de los psicoanalistas y de la psiquiatría, la dimensión sociológica de la locura que acabamos de describir. En efecto, ellos tuvieron la intuición de que una persona se vuelve loca a partir de los conflictos y tensiones demasiado intensos entre significaciones antinómicas que se desarrollan en el seno de la sociedad en el que vive. Y por otra parte, que la enfermedad mental no es, por tanto, un problema de la exclusiva incumbencia de la medicina, sino que también, de un ritual colectivo cargado simbólicamente de las emociones de todo el grupo.

-          Más allá de la comprensión de los fenómenos psicopatológicos en las distintas sociedades, es sabido que las psicoterapias curan efectivamente. Sin embargo, es frecuente que esto no suceda cuando se le intenta aplicar a una persona que proviene de otra cultura, la cual puede llegar incluso a empeorar en su estado. Basta que sea trasladado a su tierra natal, y se ponga en manos de un hechicero por ejemplo, para que mejore. Esto sucede porque la condición esencial para el éxito de una práctica médico – mágica, es que haya un estrecho vínculo entre las partes involucradas, es decir, entre el enfermo, el curador y la sociedad, en un acto absoluto de fe común. Lo más relevante de esto, es que es la sociedad en la cual se da el tratamiento, la que funda un consenso social capaz de vincular al enfermo y al curador, en el proceso de elaboración de una misma respuesta frente al desequilibrio mental.

-          Se plantea entonces, la pregunta sobre las relaciones que unen al psiquiatra, a la enfermedad y al enfermo.

1.       La enfermedad mental signo de una elección: el enfermo héroe y el psiquiatra loco.
En algunas sociedades las perturbaciones mentales son vistas como signos bienhechores de una elección que debe ser completamente asumida y cultivada. Por tanto, no es extraño que el sujeto busque incluso, deliberadamente este estado. En estos casos, el trance mismo es reconocido como un instrumento de comunicación superior, y es manipulada y controlada por el grupo. Se convierte entonces, en un acto psiquiátrico por excelencia.
Esta interpretación de lo patológico, puede tener diversos matices. En algunos casos se le felicita al afectado, y orienta para tomar en contacto con el mensaje que probablemente le quieren entregar seres superiores por medio de sus síntomas. En otros casos, lo que se busca es asignarle un nombre a las entidades extrañas que han invadido al individuo. Otros pueblos, incluso, reconocen explícitamente la locura del médico y su familiaridad con aquel a quien deben curar. En todos estos ejemplos, las manifestaciones son de características histéricas, espectaculares, situándose, al decir del autor, a medio camino entre la posesión y la teatralidad.
Por último, respecto a este punto, cabe añadir que para la antipsiquiatría, la alienación mental también se trataría de un lugar privilegiado, en tanto se trata de una oportunidad para superarse a sí mismo por medio de la percepción de una verdad que para los seres comunes, es difícil de discernir.
2.       La enfermedad mental, signo de una agresión: el enfermo, y el psiquiatra exorcista.
Mientras que en los casos precedentes los síntomas son siempre bienvenidos, acá son vistos como manifestaciones que deben ser erradicadas a toda costa del sujeto. En este caso el grupo exige que no haya nada en común entre el enfermo y el terapeuta, el cual debe ser además, ajeno y exterior a la relación que une al loco con su locura. Así, podemos encontrar por ejemplo, el exorcismo como cura a la posesión demoníaca. Lo que se busca con esto, es acallar los síntomas, para que el sujeto pueda ser readaptado a su medio.

3.       Es el chamán un médico loco?
El caso del chamán resulta desconcertante, nos dice Laplantine, ya que se encuentra en el límite de lo sagrado, lo patológico y lo médico. Diversos estudios sitúan al chamanismo, como un fenómeno cultural dentro de su propio contexto, por el hecho de haberse instituido y difundido, dos condiciones fundamentales: para convertirse en chamán, se debe enfermar gravemente, volverse loco y continuar en este estado. Y, su enfermedad, no tiene relación con compartir creencias deculturantes de su sociedad, sino en estar siempre inmensamente más atacado que la mayoría de los integrantes del grupo, a los cuales, contribuye a alienar.

4.       Es el psicoanalista un hechicero?
Como directriz central de este texto, nos dice el autor, la opción de abordaje de las enfermedades mentales es la psicoanalítica. Pero también es la de los Thonga. Al igual que ellos, Lapalntine piensa que la enfermedad mental empobrece al ser humano, le impide desenvolverse libremente utilizando su razón y su imaginación, desintegra a la persona, y socaba los conocimientos de la comunicación social. Es decir, que la enfermedad mental está lejos de ser una transformación interior que conduce a un estado de mayor lucidez, siendo más bien, un estado de alienación, en tanto implica la imposibilidad de acceder por medio de la palabra a esa mínima relación con los demás, que finalmente es la que nos constituye como seres de cultura, como seres humanos.

El psicoanálisis se diferencia de los Thoga sin embargo, en que no exige que el saber se alce como barrera entre el enfermo y el médico, a la vez que afirma la diferencia y la identidad común, ya que no todos estamos enfermos, pero todos podemos estarlo.

Por otra parte con el chamán vandau, Laplantine dice encontrar similitudes con el psicoanálisis en cuanto ambos intentan producir una experiencia, proporcionando al paciente un lenguaje en el cual pueda expresar sus emociones, las que hasta ese momento han permanecido reprimidas. En ambos casos, se rememora un mito que es reconstruido, y el cual ayuda al paciente, a tomar conciencia de sus conflictos.

Al igual que los chamanes, el psicoanálisis, insiste en la necesidad de un total compromiso afectivo (transferencia y contratransferencial) entre el terapeuta con el paciente. Se establece en este vínculo, una relación con la locura, tanto del paciente, como de la propia locura del psicoanalista. Se produce una doble relación de inconscientes que se espejan.

En suma, una persona se convierte en psicoanalista de la misma forma en que se convierte en chamán: después de haber afrontado una experiencia iniciática enloquecedora. El psicoanalista debiera haberse enfrentado al menos una vez, con su propia enfermedad mental, con la “neurosis de transferencia” de la cual no padecía originalmente, y que el analista ha producido en él, para derribar sus defensas y resistencias. Y solo después de haber pasado por este episodio patológico, y de haberse curado en el diálogo analítico, estará en condiciones de ejercer como psicoanalista.


LA EVOLUCIÓN Y LA TRANSFORMACIÓN DE LOS SÍNTOMAS DE LA ENFERMEDAD MENTAL EN LAS SOCIEDADES TRADICIONALES


Para cerrar este capítulo, Laplantine aborda el problema de la locura desde un punto de vista histórico, con el propósito de mostrar cómo los principales síntomas “neuróticos” y “psicóticos”, son construcciones colectivas que evolucionan y se transforman conjuntamente con la evolución y transformación socioeconómica del grupo.

1.       En los estados más arcáicos de la modernización económica, podemos identificar a sociedades que parecen estar perfectamente integradas. El individuo se percibe a sí mismo como parte de un grupo (en simbiosis con este), fuera del cual, carece de existencia propia. En este caso la enfermedad mental aparece a causa de un rechazo de la identidad clánica. El riesgo es de caer en un estado histércio, donde el sujeto inventa rituales de hechicería y cultos e posesión obsesivos. Esta locura sin embargo, no se propaga, y el desencadenamiento del trance es controlado, organizado y dirigido en provecho de la comunidad, la cual consigue por medio de estos ritos, reingresar al individuo a las convenciones y leyes sociales.

2.       A medida que las sociedades evolucionan a una economía basada en la explotación sistemática de la naturaleza, el individuo adquiere cierta autonomía en relación al sistema anterior, y toma algo de distancia de su entorno natural y cultural. En estos casos, la enfermedad mental surge como reacción a una deficiente integración clánica. Los rituales de brujería son reemplazados por rituales de brujería, y buscan recobrar la identidad ancestral perdida. A medida que la sociedad avanza, la locura como mito colectivo, pasa a ser locura de dos, tres, cinco…

3.       Por último, Laplantine hace referencia a la enfermedad mental en las sociedades del “Tercer Mundo”, las cuales han estado sometidas a un violento traumatismo de acumulación.

Vemos, dice el autor, cómo pueblos enteros pasan sin transición, de una mentalidad comunitaria donde se le enseña a los sujetos a generar lazos afectivos, a una mentalidad capitalista en la cual es necesario pelear y pensar solo en uno mismo, rebelándose contra los demás para poder subsistir. Pasan de una concepción hedonista y tradicional del tiempo, a otra evolucionista y progresista que niega y denigra toda producción cultural anterior. En suma, esta nueva cultura impone a los individuos comportamientos diferentes y carentes de significado, obligándolos a destribalizarse. Se multiplican además los roles, a veces contradictorios. Estas discontinuidades culturales, producen un alto monto de stress y violencia, arrojando a poblaciones enteras en la enfermedad mental. Los efectos de esta destrucción del equilibrio sociológico, se traduce en un conflicto desgarrador para el individuo entre la sumisión a las normas ancestrales, y la aceptación de los nuevos valores completamente extraños para el grupo. Al ser estos contradictorios, y no poder introyectarlos, la situación se torna insoluble para el sujeto, y por lo tanto, el único desenlace posible, afirma Laplantine, es una reacción regresiva y psicótica.

Para concluir, el autor agrega que otro aspecto relevante de este fenómeno, es la naturaleza de los síntomas, ya que los mismos que en sociedades “primitivas” son entendidos y tratados dentro de la comunidad, con la llegada de la cultura occidental comienzan a transformarse también, y los individuos enferman sin que los rituales puedan enfrentar tan eficazmente como antes, la deculturación producida por el avance económico y por la introducción de valores culturales disímiles a su propio grupo de origen. Así, a modo de ejemplo, ha llegado la psicosis a África, no solamente por los efectos deculturantes del avance económico, sino también por la introducción de los modelos patológicos occidentales en la cultura africana.

·         Laplantine, F. (1979). La Etnopsiquiatría. Gedisa Editorial, Barcelona.


[1] Laplantine, F. (1979). La Etnopsiquiatría. Pág. 79.
[2] Laplantine, F. (1979). La Etnopsiquiatría. Pàg. 81.

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