“LA ETNOPSIQUIATRÍA”, Laplantine, F. Pág. 73 - 111
LOS CUADROS CLÍNICOS DE LA PSIQUIATRÍA
METACULTURAL
Laplantine comenta el método
desarrollado por Develaux, L. “psiquiatría metacultural” surgida de la relación
complementaria entre el enfoque etnológico y el psiquiátrico. Esta técnica
consiste en comprender y curar a los enfermos mentales, en función de los
conceptos de acultuación y deculturación.
El psicoanálisis, explica, ha
mostrado que existe un origen infantil a la base de las enfermedades mentales. El
hecho de no haber logrado establecer una verdadera relación con el entorno
inmediato, hace que cualquier suceso pueda reactivar en el individuo
fragilizado por su pasado, una experiencia infantil que lo sumerja en el
universo neurótico de la culpa o un mundo más arcaico y doloroso como el de la
psicosis.
Sin embargo, en opinión del autor
el descubrir este origen y corregirlo, no solucionaría el problema por sí solo.
Es por ello que la etnopsiquiatría muestra que hay múltiples entradas en este
cuadro etiológico, donde lo microsociedad y la macrosociedad se articulan. Lo
biológico, familiar, económico y político, se encuentran en una
interdependencia tal, que no es posible buscar un único causante de la
situación.
Cabe aclarar, que si bien tomar
la perspectiva psicoanalítica para afirmar que la enfermedad mental se produce
a partir de una regresión psicoafectiva corresponde a una postura determinada
cultural, el autor identifica como un hecho universal, que suceda por esta
causa. Y existirían distintos grados de regresión también a nivel de
sociedades, pudiendo identificar unas más anales u orales. Se podría hablar de
culturas neuróticas o psicóticas (aquellas donde la regresión es masivamente
favorecida y la autodestrucción instituida como modelo.
Pero qué es la enfermedad mental?
“… es la tentativa desesperada de reorganización de la personalidad, pero que
siempre se efectúa en detrimento del Yo, el cual no puede ya cumplir su doble
misión diferenciadora de individuación y de socialización. En individuo se
encuentra acorralado contra defensas funcionalmente costosas.”[1] Nos dice
el autor. En esta tentativa fallida, las pulsiones despojadas de cargas afectivas
regresan al estado libre, invadiendo el campo psicológico y cultural
desestructurado. Por lo tanto, en este proceso el sujeto se deshumaniza y a la
vez se desocializa, ya que toda sociedad tiene en principio, un sistema de
defensas para el Yo, puesto que si estuviese completamente al servicio del súper
yo o del ello, la cultura dependería a desaparecer.
El autor agrega que la enfermedad
mental, además es una deculturación. Esto quiere decir, que surge a partir del
despojo del contenido cultural de los materiales culturales (por ejemplo,
cuando un auto deja de ser lo que es, rueda, puerta, etc. Y pasa a ser un
objeto de culto), lo cual se puede producir por ejemplo, en la lógica de un
mundo cerrado donde la ambivalencia de lo simbólico ya no habla, siendo negado
a favor de un sistema que ya no nos remite a ningún mito.
En este contexto, la psiquiatría
metacultural busca distinguir:
-
Comportamientos que son reinterpretados en
términos de una significación latente implícita, que ya no es admitida en la sociedad
en que la persona vive (si una piedra es un fetiche, no la deculturo, sino que
le asigno una matriz primaria que la sociedad reprime).
-
Comportamientos puramente patológicos, es decir,
aquellos que se separan no de las normas culturales, sino de la capacidad de
todo ser humano para utilizar los materiales que la cultura le brinda para
comunicarse con los demás.
Este segundo
punto, es el que interesa desarrollar al autor, a partir de la idea de que la
deculturación es una enfermedad de la des-simbolización, la que si se lleva al
exceso, “puede conducir a los sujetos a elaborar rituales vacíos de significación
cultural, y a que las sociedades destruyan los fundamentos mismos de su propia
existencia”.[2]
En principio,
todos reconocemos de igual manera a la cultura, y somos capaces de tomar cierta
distancia. Pero en el caso del psicótico, sucede que éste niega la existencia
de una exterioridad y de un sistema simbólico común. La cultura entonces, deja
de ser utilizada como tal, y pasa a ser el soporte de un deseo que no puede ser
comunicado por el individuo ni si quiera por medio de la palabra.
LA EXISTENCIA DE SOCIEDADES
LOCAS
Pero además de
las explicaciones acerca de lo que le pasa al sujeto en, o fuera de la cultura,
existe un debate, acerca de las características de las culturas como tal, pudiendo
caracterizarlas como un sistema que también puede estar más o menos psicotizada
o neurótica en su conjunto.
I. Así,
el autor señala que hay culturas que exigen demasiado a los miembros que la
componen. Son, sociedades estructuradas que no satisfacen ni mínimamente las
pulsiones de los sujetos, exige grandes renunciamientos (sociedad hitleriana,
psicótica). Finalmente, estas culturas tenderían a desaparecer ya que la
resistencia psíquica de los individuos, quienes solo tienen una capacidad
limitada para reprimir.
II. Otras
culturas, no exigen bastante de sus miembros. Generan sistemas de defensa por
medio de los cuales los conflictos entre los grupos sociales, son negados, o
recusados por medio de una negación sistemática de lo real. Estas sociedades
fundadas en artificios culturales, parecen funcionar perfectamente; amortiguan
los golpes, previenen los obstáculos. Pero finalmente, nos dice el autor, son
engullidas por el proceso inverso a la cultura descrita anteriormente, es
decir, por su propio delirio.
Para
concluir, Laplantine sostiene que una sociedad se hunde en una enfermedad
mental cuando:
1.
Los mecanismos de la aculturación son
excesivamente violentos y brutales, ya que al no permitir nada más, la cultura
se autoasfixia.
2.
Cuando los mecanismos de defensa utilizados en
contra de la acultración, muestran demasiado celo y se tornan colectivamente
delirantes, ya que al pretender evitar a toda costa que los individuos se
angustien con la realidad, se corre el riesgo de percibirla finalmente.
III.
Hay otras culturas, que sin ser completamente
mórbidas en cuanto a su funcionamiento, favorecen la formación de una o más
matrices patógenas, a partir de rasgos de comportamiento que tienden a
difundirse en su medio, haciendo difícil la vida en sociedad.
IV.
Finalmente,
la existencia de sociedades enfermas, inmaduras o desdichadas, supone que el
sujeto que introyecta las normas de su grupo, se enferma tambi8én, tornándose
inmaduro o desdichado. En cambio en las sociedades sanas, como la africana por
ejemplo, los individuos asimilan su cultura, y al hacerlo, logran una individuación
y socialización reales.
Entonces se podría decir que no
es posible llegar a la cultura si no es por medio de esta misma, lo cual
conduce a pensar que dado el carácter deculturante de la cultura, tendemos a
convertirnos en el enemigo de nuestra propia sociedad. Es decir, nos
convertimos a su vez, en enemigos de nosotros mismos. En tales condiciones, la
acción terapéutica se convertiría en lo contrario de un proceso de adaptación a
la ley de la mayoría. Pero tampoco se trata de ubicar a la antipsiquiatría en
el lado de la inadaptación y la rebeldía.
LAS ENFEREMEDADES MENTALES EN LAS
“SOCIEDADES PRIMITIVAS”
En este capítulo, Laplantine se
introduce en la comprensión del campo semántico en el que se inscriben las
figuras de los sagrado y lo patológico en las sociedades llamadas “primitivas”.
-
Una primera trampa, consiste en afirmar que en
algunas sociedades no existen las enfermedades mentales. Sin embargo, no se
puede negar que hay culturas tradicionales, que tienen una “orientación
terapéutica”, dado que favorecen la inserción del individuo en su grupo, ya que
por medio de una comunicación constante (entre cantos, danzas, juegos, etc.),
liberan emociones y tensiones que habitualmente tenemos reprimidas. Constituyen
además, manifestaciones religiosas usualmente fundadas en el optimismo y la
confianza en la vida. Esto no quiere decir que dichas sociedades no tengan
conflictos. La intensidad de angustia que sienten los miembros de estas
sociedades, resulta igualmente intensa que la de nosotros, cuando nos
encontramos frente a la adversidad de un algo sobrenatural que no logramos
nunca dominar, o frente a los deseos considerados nocivos dentro de una tribu
vecina.
Estos factores, señala el autor,
favorecerían estados de sobreexitación patológica, los cuales no por ser
aceptados culturalmente dejan de ser patológicos.
-
Una segunda trampa, completamente inversa a la
anterior, consiste en reducir a comportamientos neuróticos, la aparente
absurdidad de los sistemas religiosos, de los rituales de brujería y las prácticas
terapéuticas. Desde una antropología racionalista, el pensamiento médico - mágico de los “primitivos”, damos por hecho
que existe en alguna parte una realidad ideal y crear “valores verdaderos”.
Creemos que somos más autónomos y conscientes que los “primitivos” a quienes
vemos enredados en sus “supersticiones” e “ilusiones”. Sin embargo, nos dice el
autor, con esto corremos el riesgo de no darnos cuenta que tras esos sistemas
míticos y mágicos, subyace finalmente, la misma lógica del racionalismo que
funda el sistema tradicional del humanismo occidental.
-
Entonces se debe tener claro que:
1.
Las estructuras generatrices de las enfermedades
mentales funcionan dentro del mismo campo semántico en todas partes.
2.
La inteligibilidad de dichos trastornos para un
grupo social, no es un problema que incumba al saber médico por ahora, sino que
se encuentra ligado a la lógica coercitiva del ámbito cultural desde el cual
surge.
3.
Puesto que los hechiceros, chamanes, terapeutas
africanos, no curan ni más ni menos que los psiquiatras occidentales, también
podría entonces, llamárseles psiquiatras.
LA PROXIMIDAD DE LO PATOLÓGICO Y LO SAGADO
EN LAS SOCIEDADES TRADICIONALES
-
Los diferentes procesos de la enfermedad mental,
así como también los diferentes medios por los cuales se intenta curar, se
inscriben siempre, en las sociedades tradicionales, al interior de
representaciones colectivas que se encuentran en la categoría de lo sagrado. Ya
sea que las manifestaciones patológicas sean valorizadas como algo positivo o
no, son ante todo, percibidas como epifanías. En estas condiciones el diagnóstico
consiste en identificar al espíritu que se manifiesta por medio de los síntomas
del enfermo. Y antes que curar al enfermo, lo que interesa es reunirse con lo
sagrado, tratando por medio del diálogo, determinar por qué le ha tocado la
experiencia a dicho enfermo y no a otro.
-
Esta comprensión etiológica de la enfermedad
mental, forma parte de un sistema coherente que funda toda concepción de
existencia, y no se podría afirmar que es menos científica que la psiquiatría
occidental, puesto que lo que ha hecho (la psiquiatría), es traducir el
lenguaje de los mitos a otros lenguajes menos angustiantes y más comprensibles
para nuestra mentalidad. Las explicaciones que encontramos acerca del origen de
las enfermedades, entonces, en una y otra cultura, tiene relación con lo que la
cultura desde la cual se mira la enfermedad, ha preestructurado como modelo
susceptible de ser apreendido por ésta, respecto de las manifestaciones de
felicidad o desgracia. Tanto el chamán como el psiquiatra, al aplicar sus
métodos de curación o atención a los síntomas del enfermo, encontrarán pruebas
de que el tratamiento – ya sea farmacológico, terapéutico, o de ritual – ha
resultado positivo para su mejoría.
Los aspectos
anteriormente descritos, permiten al psiquiatra, desde la antipsiquiatría,
operar ya no desde el contenido de una cultura en particular, sino desde una
posición en la que se ha liberado de sus propias escotomizaciones (una ceguera
psíquica específica y selectiva en la que el sujeto desaparece de su conciencia
recuerdos desagradables), y puede entonces, hacer una discriminación crítica
acerca de lo normal y lo patológico, independientemente de los contextos
institucionales de una cultura dada.
-
La psicopatología africana, ha descubierto mucho
antes del surgimiento de los psicoanalistas y de la psiquiatría, la dimensión
sociológica de la locura que acabamos de describir. En efecto, ellos tuvieron
la intuición de que una persona se vuelve loca a partir de los conflictos y
tensiones demasiado intensos entre significaciones antinómicas que se
desarrollan en el seno de la sociedad en el que vive. Y por otra parte, que la
enfermedad mental no es, por tanto, un problema de la exclusiva incumbencia de
la medicina, sino que también, de un ritual colectivo cargado simbólicamente de
las emociones de todo el grupo.
-
Más allá de la comprensión de los fenómenos
psicopatológicos en las distintas sociedades, es sabido que las psicoterapias
curan efectivamente. Sin embargo, es frecuente que esto no suceda cuando se le
intenta aplicar a una persona que proviene de otra cultura, la cual puede
llegar incluso a empeorar en su estado. Basta que sea trasladado a su tierra
natal, y se ponga en manos de un hechicero por ejemplo, para que mejore. Esto
sucede porque la condición esencial para el éxito de una práctica médico –
mágica, es que haya un estrecho vínculo entre las partes involucradas, es
decir, entre el enfermo, el curador y la sociedad, en un acto absoluto de fe
común. Lo más relevante de esto, es que es la sociedad en la cual se da el
tratamiento, la que funda un consenso social capaz de vincular al enfermo y al
curador, en el proceso de elaboración de una misma respuesta frente al
desequilibrio mental.
-
Se plantea entonces, la pregunta sobre las
relaciones que unen al psiquiatra, a la enfermedad y al enfermo.
1.
La enfermedad mental signo de una elección: el
enfermo héroe y el psiquiatra loco.
En algunas
sociedades las perturbaciones mentales son vistas como signos bienhechores de
una elección que debe ser completamente asumida y cultivada. Por tanto, no es
extraño que el sujeto busque incluso, deliberadamente este estado. En estos
casos, el trance mismo es reconocido como un instrumento de comunicación
superior, y es manipulada y controlada por el grupo. Se convierte entonces, en
un acto psiquiátrico por excelencia.
Esta
interpretación de lo patológico, puede tener diversos matices. En algunos casos
se le felicita al afectado, y orienta para tomar en contacto con el mensaje que
probablemente le quieren entregar seres superiores por medio de sus síntomas.
En otros casos, lo que se busca es asignarle un nombre a las entidades extrañas
que han invadido al individuo. Otros pueblos, incluso, reconocen explícitamente
la locura del médico y su familiaridad con aquel a quien deben curar. En todos
estos ejemplos, las manifestaciones son de características histéricas,
espectaculares, situándose, al decir del autor, a medio camino entre la
posesión y la teatralidad.
Por último,
respecto a este punto, cabe añadir que para la antipsiquiatría, la alienación
mental también se trataría de un lugar privilegiado, en tanto se trata de una
oportunidad para superarse a sí mismo por medio de la percepción de una verdad
que para los seres comunes, es difícil de discernir.
2.
La enfermedad mental, signo de una agresión: el
enfermo, y el psiquiatra exorcista.
Mientras que
en los casos precedentes los síntomas son siempre bienvenidos, acá son vistos
como manifestaciones que deben ser erradicadas a toda costa del sujeto. En este
caso el grupo exige que no haya nada en común entre el enfermo y el terapeuta,
el cual debe ser además, ajeno y exterior a la relación que une al loco con su
locura. Así, podemos encontrar por ejemplo, el exorcismo como cura a la
posesión demoníaca. Lo que se busca con esto, es acallar los síntomas, para que
el sujeto pueda ser readaptado a su medio.
3.
Es el chamán un médico loco?
El caso del
chamán resulta desconcertante, nos dice Laplantine, ya que se encuentra en el
límite de lo sagrado, lo patológico y lo médico. Diversos estudios sitúan al
chamanismo, como un fenómeno cultural dentro de su propio contexto, por el
hecho de haberse instituido y difundido, dos condiciones fundamentales: para
convertirse en chamán, se debe enfermar gravemente, volverse loco y continuar
en este estado. Y, su enfermedad, no tiene relación con compartir creencias
deculturantes de su sociedad, sino en estar siempre inmensamente más atacado
que la mayoría de los integrantes del grupo, a los cuales, contribuye a alienar.
4.
Es el psicoanalista un hechicero?
Como directriz
central de este texto, nos dice el autor, la opción de abordaje de las
enfermedades mentales es la psicoanalítica. Pero también es la de los Thonga.
Al igual que ellos, Lapalntine piensa que la enfermedad mental empobrece al ser
humano, le impide desenvolverse libremente utilizando su razón y su imaginación,
desintegra a la persona, y socaba los conocimientos de la comunicación social.
Es decir, que la enfermedad mental está lejos de ser una transformación
interior que conduce a un estado de mayor lucidez, siendo más bien, un estado
de alienación, en tanto implica la imposibilidad de acceder por medio de la
palabra a esa mínima relación con los demás, que finalmente es la que nos
constituye como seres de cultura, como seres humanos.
El
psicoanálisis se diferencia de los Thoga sin embargo, en que no exige que el
saber se alce como barrera entre el enfermo y el médico, a la vez que afirma la
diferencia y la identidad común, ya que no todos estamos enfermos, pero todos
podemos estarlo.
Por otra parte
con el chamán vandau, Laplantine dice encontrar similitudes con el
psicoanálisis en cuanto ambos intentan producir una experiencia, proporcionando
al paciente un lenguaje en el cual pueda expresar sus emociones, las que hasta
ese momento han permanecido reprimidas. En ambos casos, se rememora un mito que
es reconstruido, y el cual ayuda al paciente, a tomar conciencia de sus
conflictos.
Al igual que
los chamanes, el psicoanálisis, insiste en la necesidad de un total compromiso
afectivo (transferencia y contratransferencial) entre el terapeuta con el
paciente. Se establece en este vínculo, una relación con la locura, tanto del
paciente, como de la propia locura del psicoanalista. Se produce una doble
relación de inconscientes que se espejan.
En suma, una
persona se convierte en psicoanalista de la misma forma en que se convierte en
chamán: después de haber afrontado una experiencia iniciática enloquecedora. El
psicoanalista debiera haberse enfrentado al menos una vez, con su propia
enfermedad mental, con la “neurosis de transferencia” de la cual no padecía
originalmente, y que el analista ha producido en él, para derribar sus defensas
y resistencias. Y solo después de haber pasado por este episodio patológico, y
de haberse curado en el diálogo analítico, estará en condiciones de ejercer
como psicoanalista.
LA EVOLUCIÓN Y LA TRANSFORMACIÓN DE LOS
SÍNTOMAS DE LA ENFERMEDAD MENTAL EN LAS SOCIEDADES TRADICIONALES
Para cerrar este capítulo,
Laplantine aborda el problema de la locura desde un punto de vista histórico,
con el propósito de mostrar cómo los principales síntomas “neuróticos” y
“psicóticos”, son construcciones colectivas que evolucionan y se transforman
conjuntamente con la evolución y transformación socioeconómica del grupo.
1.
En los estados más arcáicos de la modernización
económica, podemos identificar a sociedades que parecen estar perfectamente
integradas. El individuo se percibe a sí mismo como parte de un grupo (en
simbiosis con este), fuera del cual, carece de existencia propia. En este caso
la enfermedad mental aparece a causa de un rechazo de la identidad clánica. El
riesgo es de caer en un estado histércio, donde el sujeto inventa rituales de
hechicería y cultos e posesión obsesivos. Esta locura sin embargo, no se
propaga, y el desencadenamiento del trance es controlado, organizado y dirigido
en provecho de la comunidad, la cual consigue por medio de estos ritos,
reingresar al individuo a las convenciones y leyes sociales.
2.
A medida que las sociedades evolucionan a una
economía basada en la explotación sistemática de la naturaleza, el individuo
adquiere cierta autonomía en relación al sistema anterior, y toma algo de
distancia de su entorno natural y cultural. En estos casos, la enfermedad
mental surge como reacción a una deficiente integración clánica. Los rituales
de brujería son reemplazados por rituales de brujería, y buscan recobrar la
identidad ancestral perdida. A medida que la sociedad avanza, la locura como
mito colectivo, pasa a ser locura de dos, tres, cinco…
3.
Por último, Laplantine hace referencia a la
enfermedad mental en las sociedades del “Tercer Mundo”, las cuales han estado
sometidas a un violento traumatismo de acumulación.
Vemos, dice el
autor, cómo pueblos enteros pasan sin transición, de una mentalidad comunitaria
donde se le enseña a los sujetos a generar lazos afectivos, a una mentalidad
capitalista en la cual es necesario pelear y pensar solo en uno mismo, rebelándose
contra los demás para poder subsistir. Pasan de una concepción hedonista y
tradicional del tiempo, a otra evolucionista y progresista que niega y denigra
toda producción cultural anterior. En suma, esta nueva cultura impone a los
individuos comportamientos diferentes y carentes de significado, obligándolos a
destribalizarse. Se multiplican además los roles, a veces contradictorios. Estas
discontinuidades culturales, producen un alto monto de stress y violencia,
arrojando a poblaciones enteras en la enfermedad mental. Los efectos de esta
destrucción del equilibrio sociológico, se traduce en un conflicto desgarrador
para el individuo entre la sumisión a las normas ancestrales, y la aceptación
de los nuevos valores completamente extraños para el grupo. Al ser estos
contradictorios, y no poder introyectarlos, la situación se torna insoluble
para el sujeto, y por lo tanto, el único desenlace posible, afirma Laplantine,
es una reacción regresiva y psicótica.
Para concluir, el autor agrega
que otro aspecto relevante de este fenómeno, es la naturaleza de los síntomas,
ya que los mismos que en sociedades “primitivas” son entendidos y tratados
dentro de la comunidad, con la llegada de la cultura occidental comienzan a
transformarse también, y los individuos enferman sin que los rituales puedan
enfrentar tan eficazmente como antes, la deculturación producida por el avance
económico y por la introducción de valores culturales disímiles a su propio
grupo de origen. Así, a modo de ejemplo, ha llegado la psicosis a África, no
solamente por los efectos deculturantes del avance económico, sino también por la
introducción de los modelos patológicos occidentales en la cultura africana.
·
Laplantine, F. (1979). La Etnopsiquiatría. Gedisa Editorial,
Barcelona.
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